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Las Alamedas, 1991
Corría el año de 1991, justo cuando comienzan las vacaciones de
verano, yo vivía en un fraccionamiento en el municipio de Atizapán de
Zaragoza llamado Las Alamedas, un lugar que en sus inicios, a finales de los
años setenta, prometía ser tranquilo y adecuado para el crecimiento de los
pequeños, y hasta cierto punto lo era.
Mejor conocido por los habitantes más
jóvenes como “pueblo quieto”
por la excesiva tranquilidad que reinaba en él, en donde todo mundo se conocía
pues todos alguna vez asistimos a las mismas escuelas que se hallaban
cimentadas dentro del mismo, y que de entre todas, todos terminábamos cursando
cuando menos un grado en el Instituto Alexander que era la escuela de la
que todos salían hacia preparatorias fuera del fraccionamiento, en mi caso
cursaba el primer año de secundaria y como cualquier muchacho promedio, no me
detenía a pensar en los años venideros, se podría decir que la mayoría de mis
amigos y compañeros de salón vivíamos para el “hoy”, es normal que a los 15
años nadie se preocupa de otra cosa más que en divertirse, y más aun con todo
un mes de vacaciones en puerta.
Y fue entre exámenes finales y fiestas de
clausura que los días de escuela de ese primer grado de secundaria habían
llegado a su fin para mí, la programación televisiva matinal cambiaba, los
niños salían a la calle a jugar todo el día y yo estaba ya listo para vivir el
mejor verano de mi vida, y todo me hubiera salido bien de no haber sido porque
mi padre me inscribió a un curso de actualización de verano en el mismo lugar
donde había estado ya todo un año “enclaustrado”.
Como era de esperarse al principio yo no
tenía ni la menor intención de asistir a ningún curso de verano, ya hasta había
trazado planes de fuga, pero después de un par de horas y de algunas llamadas
telefónicas, curiosamente ya no me sentía tan abatido por mi inesperado y
desafortunado regreso a clases, esto se debió en gran parte a que mis mejores
amigos estaban en la misma triste situación que yo y asistirían “obligatoriamente”
a los cursos de actualización junto conmigo; la verdad es que nunca fuimos muy
buenos estudiantes, y si pasamos al segundo año de secundaria fue por mera
suerte, por supuesto que la minoría de mis compañeros (note el lector que no
me referí a ellos como amigos), “los matados”, que por cierto si salieron con las mas altas calificaciones, estarían encerrados entre cuatro paredes estudiando o
leyendo un excelente libro de problemas de adolescentes que seguramente les
comprarían sus padres para domar aun más sus ya de por si sumisas mentes, esto
sin poder asomar la cara a la calle ni siquiera para asolearse.
Mis amigos y yo más bien éramos amantes de
la aventura, del buen Heavy Metal y de andar por las calles del
fraccionamiento en patineta, siempre juntos no importando "que", personalmente
creo que sin ellos la vida habría sido completamente distinta y solitaria, a
Dios doy gracias no por llenarme de amigos sino por darme a los mejores, no
todos llegaron al mismo tiempo, más bien conforme los años fueron pasado, en
esta ocasión el relato involucra a solo dos de ellos, los mejores.
Uno de ellos era Fernando Ramírez, a quien
llamábamos (y continuamos llamando) Vanillo, un buen amigo que a pesar
de los años de separo siempre que nos volvemos a ver es con el mismo gusto,
desde que lo conozco idolatra a Televisa, o “Tele” como la llama el, una
de las principales televisoras en México, Fer cuenta con una imaginación que ya
la quisiera cualquiera de los escritores de comedias de dicha empresa,
espontáneo y por si fuera poco siempre preparado para flojear todo el día si
esto fuera necesario.
El otro protagonista de mi historia se
llama Luis Romero, una persona de carácter fuerte pero afable, alguien a quien
le encanta hacer amistades por todos lados pero siempre consiente de quienes
son los verdaderos amigos, ocurrente e intrépido con quien viví muchas
aventuras inolvidables.
A Luis se le quedó el apodo del Pelón
por que un buen día en víspera de navidad se rasuró completamente el cráneo tan
solo para, según sus palabras, ver que se sentía pasar una navidad pelón, cabe
mencionar que después de eso jamás le volvió a crecer el cabello igual, así que
a partir de ese momento solo los amigos más cercanos le decimos Pelón, a Fer le
apodamos el Vanillo por que una vez decidió hacerse un corte de pelo
idéntico al rapero Vanilla Ice a quien tristemente admiraba a pesar de
que Luis y yo no lo soportábamos, a mi me decían el Seguí por mi
apellido paterno, pero Luis y yo alguna vez buscando una forma distinta de
decirnos entre nosotros encontramos en un diccionario de casa de su abuelita
que la palabra “camarada” se traducía al ingles como croni, pero conforme pasó el tiempo la fuimos
deformando hasta que se volvió crunny, cru, cruñaldo, etc.
El horario de los cursos era de ocho de la
mañana a una de la tarde, pero en casa decíamos que duraban de ocho de la
mañana a seis de la tarde con intervalos de unas cuatro horas de descanso
intercaladas entre clases, siendo que la tranquilidad de nuestros padres
radicaba en el hecho de que estuviéramos estudiando todo el día y no en la
calle vagando, así que todos los días regresábamos a casa como a las nueve de
la noche después de estar todo el día vagando y flojeando con los amigos.
Todo salía de maravilla, asistíamos
únicamente a la primera hora de clases, al salir nos comíamos nuestra obligada guajolota
que alegremente nos guardaba el tamalero que estacionaba su carrito en el
camellón, a una cuadra de la escuela, y al terminarla nos dedicábamos el resto
del día a lo que se nos ocurriera, menos (por supuesto), a volvernos a parar en
la escuela.
La primera semana la dedicamos a retozar en
cada uno de los jardines del fraccionamiento yendo de vez en cuando a pasar el
rato al centro comercial que se encuentra a la entrada del mismo, sin embargo
los días comenzaban a pasar lentos después de un tiempo, la desesperación
provocada por el exceso de tranquilidad y la inactividad de pueblo quieto
se apoderaba poco a poco de nuestros corazones hambrientos de aventura,
necesitábamos urgentemente de algo que nos reanimara el espíritu, que nos
sacudiera por dentro y para ello ya habíamos intentado casi de todo; en una
ocasión salimos del fraccionamiento caminando hasta donde el cuerpo aguantara
para después regresar en autobús, cosas por el estilo pensábamos hacer
diariamente para matar el aburrimiento, pero no tuvimos que ir muy lejos pues
al poco tiempo descubrimos que teníamos un fraccionamiento entero por recorrer,
calles inhóspitas llenas de peligros como perros callejeros y “lavacoches” que
nos acechaban a cada paso que dábamos, o por lo menos eso era lo que nos
gustaba imaginar al vagar por las calles.
Al cabo de dos semanas el asunto comenzaba
a tornarse crítico, las calles se nos terminaban y nuestra sed de aventura iba
incrementando a la medida de nuestro tedio, faltaban tan solo dos semanas más
de vacaciones y ya estábamos cansados de ir a comer a la casa de Fer y pasar
toda la tarde molestando a su hermana y ver la televisión escudriñando cada
canal en busca de algo entretenido a falta de otra cosa mejor que hacer,
parecía que ya nada nos emocionaría, que el verano mismo se había tragado
nuestros ánimos.
Y así fue hasta que un buen día regresando
de la cuarta o quinta vuelta al fraccionamiento, fuimos al centro comercial en
otro intento de pasar el rato; compramos unos refrescos y nos sentamos en el
suelo fuera de la tienda enfrascados en la interminable discusión de Heavy
Metal Vs. Rap y de lo ridículo que a Luis y a mí nos parecía Vanilla
Ice.
Estábamos sumidos en la plática sin darnos
cuenta de que nuestro regordete amigo tenía un buen rato sin prestarnos
atención, fue hasta que después de no escucharlo defender a los raperos nos
percatamos de que tenía la mirada levantada fijamente y la mente perdida en
quien sabe donde;
— ...para que me
entiendas Pelón, el Rap te mata las neuronas, verdad Vanillo?...
—, dije dirigiéndome a Fernando para molestarlo como era la
costumbre;
—Contesta Vanilla
Ice, te damos terror psicológico?, o de plano el rap ya terminó de fundirte
el cerebro? —,
replicó Luis sonriendo divertido;
—Cual cerebro?,
no le hace falta para escuchar su Rap... —, repuse cuando después de estarnos
dirigiendo a él no parecía escuchar nada;
—Despierta
animal! —,
insistió Luis propinándole una patada en la espinilla;
—Hay wey!... que
poca madr... —,
reaccionó Fernando con tremendo dolor; —
...me dolió pendejo! —, se quejó mientras se frotaba el golpe;
—Que tanto vez
allá arriba gordito? —,
le pregunte;
—Gordito!,
ja, ja, ja, que manchado... –, se divertía Luis;
—No se han fijado
verdad?... par de hojaldras?... —, repuso mientras se ponía de pie cojeando;
—No gordito, en
que nos tenemos que fijar? —, preguntó Luis usando el mismo tono de Fernando para molestarlo;
—Todo este tiempo
hemos estado buscando a donde ir y no nos hemos dado cuenta de que tenemos todo
un mundo para descubrir —, dijo Fer ya incorporándose, Luis y yo nos volteamos a ver como
quien dice: “ya empezó con sus fantasías telenoveleras”;
—Si crees que
vamos a ir hasta Televisa por ti gordito... —, dije listo para darle otra patada;
—No wey!, hasta
allá no, allá arriba... al cerro! —, dijo señalándolo;
—No manches!,
tienes razón! —,
dijo Luis dirigiéndose a Fer con ojos exageradamente desorbitados, Fer dio un
asomo de alegría en su mirada al ser la primera vez desde que lo conocíamos que
tomábamos en serio algo que saliera de su boca;
—Tu
crees wey? —, pregunté escudriñando el cerro en busca de algo que cuando
menos aparentara ser digno de ser visto;
—Si... —, dijo Luis volteándome a ver; — ...el Rap si te mata las neuronas! —;
—Ja, ja, ja, ja! —, reímos mientras Fer borraba su confiada
sonrisita de la boca y se volvía a sentar;
—No
friegues Vanillo, después de todo lo que hemos caminado quieres que subamos
hasta allá arriba?... mejor vamos a Televisa!... —, dije fastidiando;
—No,
en serio!... mi mamá me ha contado muchas cosas raras que han pasado por
aquí... —;
—Y
que te ha contado? —, preguntó Luis ya más serio;
—Pues
muchas cosas, ya ven que mis tíos son de estos rumbos desde hace muchos años,
creo que desde la época de la hacienda... —;
—Cual
hacienda? —, pregunté;
—La
ex hacienda de Santa Mónica... —, me contestó Luis; — ...no sabías que todo esto fue una hacienda
minera hace muchos años? —;
—No,
no sabía... —; dije al tiempo que Fer apresuradamente contestaba;
—Si!,
mi jefa sabe de todo eso por mis tíos, los bisabuelos de mis tíos trabajaron en
esas minas... creo que eran de Tepezcohuite o algo así... —;
—Tepetate animal!
—,
corrigió Luis a Fer dándole un puñetazo en el hombro;
—Hay!, eso!,
Tepetate... de lo que construían las casas antes... —, dijo Fer exaltado, sobandose el hombro;
—Y que tanto te
ha contado tu jefa? —,
pregunté ya intrigado;
—Pues de cosas
raras... brujas... leyendas de ese tipo... no se... hay que preguntarle a
ella... —, nos
quedamos callados un buen rato pensando en todo lo que podría pasar allá arriba
hasta que Luis habló;
—Pues
ya esta!, vámonos a comer a tu casa y le pedimos a la Goyita que nos
cuente! —, a mi me resultó muy conveniente la idea del pelón, la verdad
es que el cuento de la ex hacienda me intrigó mucho y además ya tenía hambre;
—Vámonos?,
y a qué hora los invité?... espérense!... a donde van?... sus mochilas!... —. decía Fer cada vez con menos convicción.
Luis y yo caminábamos por la avenida
mientras pensábamos en todo lo que nos podría contar la Goyita de el
lugar donde vivíamos, Fer luchaba por alcanzarnos cargando nuestras mochilas y
refunfuñando;
— ...ches
gorrones... a ver cuando me invitan a mí a sus casas para vaciarles sus
refris... y no soy burro eh!, un día de estos me voy a buscar amigos que no
abusen de mí y a ver quien les carga sus porquerías!... —;
—Ya cállate y
apúrate!, que ya tenemos hambre! —, dijo Luis mientras subíamos la pendiente que lleva a casa de
Fer.
Cuando llegamos por enésima vez en ese
verano a casa de Fer, y mientras nuestro amigo acomodaba nuestras cosas en el
comedor inmediatamente pasamos a la cocina a saludar a su mamá a quien
llamábamos cariñosamente entre nosotros Goyita;
—Como está
señora? —;
—Buenas tardes
señora —,
saludamos mientras tomábamos nuestros acostumbrados lugares en la mesa; la mamá
de Fer era la única que sabía de nuestro verdadero horario de clases
veraniegas, así como consentía a
Fernando nos consentía a nosotros, de igual manera que como “tapaba” a Fer con
su padre, nos “tapaba” a nosotros con los nuestros;
—Ya se cansaron
de pasear? —,
nos dijo en tono burlón;
—Ya casi
señora... —;
—Y ya teníamos
hambre!... —, dijo
Luis al asomarse a hurtadillas para ver lo que estaba preparando la señora en
la estufa;
—Que rico!...
albóndigas!... —,
dijo Luis con desánimo al darse cuenta de lo que había en la cazuela;
—Esas
son para Don Fer en la noche, a ustedes les voy a dar Hot Dogs... —,
dijo al empezar a sacar el pan y las salchichas del refrigerador, cabe
mencionar que Luis casi aplaude de alegría al escuchar lo que se iba a comer.
La mamá y las hermanas de Luis trabajaban,
así que en su casa siempre había guisos congelados que le dejaba su mamá,
mismos de los que Luis ya estaba harto, sobre todo de las albóndigas, así que
esta era como la segunda casa para él, de hecho para los dos era un escape de
nuestras vidas en familia
Una vez sentados en la mesa, y mientras la
Goyita nos preparaba los Hot Dogs, nos volteábamos a ver inseguros de alzar la
voz, nos echábamos miradas que apuntaban a cada quien para ser el que hiciera
la pregunta, así que después de un rato de estar así fue Luis el que hablo;
—Oiga señora… nos contó Fer que su familia vive aquí desde
la época de la Hacienda? —, la señora nos dedico una mirada furtiva a cada uno
al darse cuenta inmediatamente de a dónde nos dirigíamos;
—Pues sí, tenía un tío bisabuelo que trabajó en las minas—
—Ah… entonces conoce muy bien la zona verdad? —
—Pues sí, más o menos— dijo entregándole a Luis su primera
pieza de comida;
—Oiga señora…— dije sin perder de vista la preparación del
pan que seguramente me tocaría, — y es cierto que…—
—Hay mamá!, quieren que les cuentes de las brujas del cerro
que me platicaste! —, dijo Fer al desesperarse de nuestra desidia, y de que su
madre no le había dado aún su hot dog, Luis y yo lo volteamos a ver como quien
dice “todo nuestro tacto desperdiciado…”
La mamá de Fer se nos quedó viendo al darle a Fer su
salchicha y se acerco a nosotros con sonrisa confidente;
—En serio quieren saber de eso? —, Luis y yo asentimos con
la cabeza, Fer estaba ocupado engullendo su comida; —bueno. —
La mamá de Fer nos empezó a contar que el
lugar donde se encuentra parte del fraccionamiento alguna vez fue el cementerio
de los mineros de la hacienda de Santa Mónica, que el pueblo de Atizapán fue el
pueblo donde vivían los mineros y que las tierras se extendían a kilómetros a
la redonda, nos contó de las extrañas apariciones de un ser que volaba flotando
en el aire y cruzaba de un fraccionamiento a otro, esta y algunas historias más
fueron las que nos tenían literalmente con un pie en el estribo de la silla,
luces en el cielo, extrañas desapariciones de animales que reaparecían
sacrificados dentro de las cuevas del cerro, la aparición de fuegos fatuos, así
como muchos rumores que había escuchado la señora a lo largo de su vida.
Después de comer, y como hipnotizados, nos
disculpamos de la mesa y subimos al
cuarto de Fer a discutir lo que haríamos con toda esa información;
*
Recuerdo que al alzar la vista a la parte
alta del cerro sentí que algo me llamaba, de alguna manera escuchaba desde
arriba una voz llamándome por mi nombre, aun no puedo explicar bien que fue,
pero si puedo hablar por todos al decir que además de la fuerza que inducían
los relatos que habíamos escuchado había un magnetismo muy fuerte allá arriba
que nos atraía casi hipnóticamente, lo sentí en la forma de cada uno al mirar
el cerro, en la forma de hablar acerca de subir, de entre todo nos creamos un
ambiente de emoción combinada con miedo, todo eso significaba el cerro para
nosotros, unos niños de apenas 15 años a los que el verano se les estaba
escapando de entre los dedos.
Toda la carga emocional que traíamos ese
día nos tornó de pronto hiperactivos, ya no veíamos el momento de empezar a
preparar lo que nos llevaríamos cada quien de su casa para el ascenso del día
siguiente, que sería cuando subiríamos, cabe mencionar que ese día fue el único
en todo el verano que llegamos temprano a casa para sorpresa de nuestros
padres.
Al llegar, inmediatamente comencé a
preparar lo que acordé en llevar, lo que para nosotros sería parte de nuestro
equipo de “supervivencia”, yo llevaría una navaja suiza, unos recipientes de
comida de bebe para echar dentro lo que nos pareciera raro o inusual (cosa
curiosa puesto que ninguno había visitado un cerro antes y por supuesto no
sabíamos lo que pudiera ser o no extraño en el lugar), un mapa de la zona que
habíamos pedido en la asociación de colonos y una brújula.
Esa noche no dormí del todo pensando en lo
que pudiéramos encontrar al otro día, en el extraño hechizo que ejercía el
cerro en nosotros, en la forma tan extraña en que sentí que me llamaba y el
porqué nunca se dio de esa manera antes de ese día, el único rato que pude
conciliar el sueño fue para soñar que estaba solo en la cima del cerro de
noche; el viento era muy fuerte, la maleza se movía furiosamente y se escuchaba
el grito iracundo de una mujer, o cuando menos así lo distinguí, todo esto
pasaba alrededor de mí como si no me pudiera tocar, de pronto pude distinguir
que de una cueva mucho más abajo de mí, salían lenguas de fuego y el grito se
volvió desgarrador y agónico, de pronto no había viento ni sonido alguno, la
vista que contemplaba me llenó de tranquilidad, un cielo tan estrellado y
pacifico que solo en provincia se puede distinguir, y en ese momento comenzó a
escucharse el grito nuevamente y gradualmente el viento empezó a soplar con más
fuerza que antes mientras que una sensación de pánico comenzó a invadirme
cuando de repente la tierra a mis pies se abrió con gran estruendo y empecé a
caer en una grieta oscura y profunda, de pronto el grito de la mujer se
convertía en una risa histérica y cuando sentía que llegaba al final de la
caída escuché que alguien gritaba mi nombre, era una voz lastimera que de
alguna forma me sonó muy familiar y que gritó;
—No te voy a soltar!—, y con
eso desperté del sueño más impresionantemente real que alguna vez tuve.---